Pasado el estío, con septiembre avanzado y con sentimientos encontrados por la libertad y energía positiva que genera el verano y la “dureza” de volver a las rutinas y horarios del otoño…, siempre nos quedará sobrellevarlo mejor gracias a una buena lectura y si de poesía se trata, mucho mejor.
En el libro «Macetas», (publicado en 1951), el poeta logroñés, Luis Barrón Urién, (que hizo poesía el alma de Logroño y sus rincones), hay un poema dedicado a la talla de María Magdalena Penitente de La Redonda que merece por si solo esta entrada:
A la Magdalena de la Colegiata
¿Qué mago le ha inspirado el soplo de su vida?
¿Qué cincel ha latido junto al rictus doliente
de la sierva de Cristo, del alma arrepentida
que ungió los pies del Justo en su morena frente?
Sus cabellos son unas ramas de un desmayo deshecho,
su cabeza es la tumba de sus muertos pensares,
y la mano que oprime su fastidiado pecho
es dique que contiene sus amargos pesares.
Pero donde el artista dio sus toques geniales,
el lugar que sus manos consagrara inmortales,
donde oprimió el zarpazo de arte y de su amor,
está en la prodigiosa faz de la Magdalena,
en donde las pasiones se han convertido en pena
y el mundano deleite ya es divino dolor.
Luis Barrón Urién
Después del poema de Luis Barrón, merece la pena traer los versos escritos por José Luis Alonso destinados a "su imagen preferida de La Redonda", como así expuso y publicó en el periódico La Rioja en el año 1937.
Su lectura atenta y pausada hace que los sentimientos que refleja el autor sean también los propios del lector. Y es que la poesía no está escrita en papel sino en el corazón de quien la escribe y de quien la lee.
A María Magdalena
En la noche estelar, atraviesa el desierto
misterioso y ardiente, la alegre caravana;
van jóvenes esbeltas de corazón abierto
y encorvadas ancianas de cabellera cana.
Pasan con sus riquezas astutos mercaderes
que trafican con todo lo que Arabia encierra
y pálidos armenios y nómadas mujeres
que atraviesan cantando la calcinada tierra.
Una de ellas tan sólo con gran tristeza llora
y afligidos suspiros de dolor exhala.
Esta fue en otro tiempo una gran pecadora
que se llamó en el mundo María de Magdala.
Su rubia cabellera, como ámbar marino,
ha enjoyado el desierto con un raro esplendor
que es reflejo en la noche del esplendor divino
porque con ella han ungido las plantas del Señor.
María Magdalena piensa que sus pecados
al igual que otros muchos que enturbian tantas vidas,
los ha sufrido un justo con los brazos clavados
con el cuerpo glorioso salpicado de heridas.
Y ella llora con pena porque una tarde ha visto
en la atroz pesadilla de un delito sin nombre
reflejarse el dolor en la imagen de Cristo
del martirio de un Dios y el martirio de un Hombre.
José Luis Alonso 1937